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NINO MANFREDI – El rostro de la italianidad

“Decidí contar aspectos poco conocidos de la vida de mi padre. Esta película es para dedicarle un abrazo tardío, el que realmente nunca nos dimos”. Así comenta Luca Manfredi, conocido director, la película In arte Nino dedicada a su padre, realizada hace unos años para Rai Fiction.

Una relación difícil, la de los dos, como había sido la de Nino y su padre, rígido y severo comisario de policia.

Nacido el 22 de marzo de 1921 en Castro dei Volsci, en plena Ciociaria, y criado en el barrio de San Giovanni en Roma, Saturnino “Nino” Manfredi entró en el corazón de los italianos en muchas versiones: como intérprete de Tanto pe’ canta’ y también como la cara publicitaria de una famosa marca de café.

También fue director, guionista, humorista, cantante, locutor y fue un devoto esposo y padre de familia: una versatilidad que lo llevará, a lo largo de los años, a convertirse en uno de los rostros más representativos de la vida italiana.

Video: Tanto pe’ cantà

Uno no escapa de su propia vocación y de su propia naturaleza de artista. A la pregunta de la comisión examinadora, durante la discusión de su tesis en Derecho le preguntaron: “¿Pretende ejercer de abogado?”, la respuesta de Nino fue seca, decisiva y sin florituras: “No”. “¿Y qué hará?”, le preguntaron incrédulos los miembros de la comisión, al terminar la discusión de una sucinta tesis en Derecho penal. “Ser actor”, respondió el recién graduado y, tras unos instantes en los que la tensión se cortaba con un cuchillo, de repente se levantó, se arremangó los pantalones y empezó a imitar a Arlequín. Los profesores nunca se habían divertido tanto.

A partir de ese día, Manfredi construyó toda su carrera en el mundo del entretenimiento que supo conquistar con gran profesionalismo y humildad. Unos años después de la inusual discusión de su tesis en Derecho, Nino se graduó en la Academia de Artes Dramáticas, en la que se había inscrito secretamente ocultándolo a su padre, una persona formal que quería que su hijo fuera abogado y no un “payaso”.

De hecho, la inscripción a la Facultad de Derecho fue mandada por su padre y no pudo elegirla libremente. Manfredi no lo hizo por pasión sino por el sentimiento de obligación que lo unía a sus padres. Tras completar su carrera académica, archivó ese capítulo para dedicarse a sus verdaderas y grandes pasiones: la actuación, el entretenimiento y el cine.

Mientras tanto, superó quizás el período más difícil de su vida: tres años ingresado en un sanatorio, desde los 18 años, para tratar una tuberculosis de la que saldría curado, contra todos los pronósticos posibles.

El debut tuvo lugar en el Teatro Piccolo de Roma con la compañía Maltagliati-Gassman, flanqueada por Tino Buazzelli: para esta ocasión interpretó papeles principalmente dramáticos. La velada no salió como se esperaba, pero Nino no se rindió.

En julio de 1951 se casó con la modelo Erminia Ferrari, con quien estuvo de por vida.

La notoriedad llegó en el ‘55, con la participación en dos importantes películas: Los enamorados de Mauro Bolognini y El soltero de Antonio Pietrangeli. Siguieron muchas otras películas, consideradas pilares del cine italiano, como Totò, Peppino e la ... malafemmina.

Debutó en la televisión en 1956 y alcanzó gran notoriedad con su participación en Canzonissima. Rapidamente pasó a ser actor de doblaje: de hecho, fue la voz de Marcello Mastroianni en Paris es siempre Paris y de Federico Fellini en I vitelloni, algunas de las muchas películas dobladas por él.

Los años Sesenta y Setenta fueron años dorados para su carrera. Entre las películas más importantes recordamos I soliti ignoti de Mario Monicelli, Straziami ma di baci saziami  y muchas otras obras maestras. Una parábola profesional que le llevará a ganar cinco Nastri d’Argento y cinco David di Donatello.

Sin embargo, su trabajo no se limitó a la actuación o al doblaje. De hecho, también debutó detrás de cámara como director. Una de sus obras más importantes fue su autobiografía titulada Per grazia ricevuta, en 1971, con la que ganó la Palmera de Oro por la mejor ópera prima en el Festival de Cine de Cannes y, posteriormente, un Nastro d’Argento por el mejor banda sonora.

En 1972, fue inolvidable su interpretación de Gepetto en el drama televisivo Las aventuras de Pinocho, dirigida por Luigi Comencini, compartiendo la pantalla con una extravagante Gina Lollobrigida, en el papel del Hada Azul.

Su notoriedad, pero sobre todo su humildad, le valió incluso la estima del Papa Juan Pablo II. El pontífice lo invitó, de hecho, a una representación en el Vaticano de un elaborado escrito por él mismo cuando era joven. Con ironía, Manfredi le dijo que “estuvo muy bien que no continuara a escribir para el teatro si no el mundo hubiese perdido a un gran Papa”. El pontífice comentó su broma con una gran carcajada.

En 1999, gracias a la confianza que había adquirido durante su dilatada carrera como showman, Hacienda lo eligió para impulsar el cambio de la moneda pasando de la lira al euro.

La lista de obras y participaciones artísticas de Nino Manfredi podría prolongarse indefinidamente: una historia inmensa, que nos ha entregado un patrimonio cinematográfico, humano y artístico de valor indescifrable y que hoy celebramos, recordando los cien años del nacimiento de este inolvidable personaje.

Portada:
Manfredi con su inevitable taza de café