LA DULCE VIDA DE “LUCA” - El último largometraje de Pixar se sumerge en Italia de los Cincuenta
Crear una buena película de dibujos animados es un asunto serio, y Luca lo es. Pero primero permítanme una breve anécdota histórica. Walt Disney dibujó su primera caricatura en 1922, pero el primer largometraje no llegó hasta 1937, con Blancanieves y los siete enanitos. Antes de eso, en el verano de 1935, durante una de sus giras europeas, el artista se detuvo en Roma, donde fue recibido con una proyección de gala en el cine Barberini. Disney pidió que se proyectara un corto titulado La diosa de la primavera, en la que aparecía un hada luchando contra el diablo, ayudada por un grupo de pequeños enanos. Al final de la proyección, le pidió a su agente romano que preguntara a los espectadores si les gustaba ese corto. La respuesta fue negativa. Las figuras humanas habían sido decepcionantes, fuera de lugar en una película de dibujos animados. Disney no se desanimó; fue un experimento antes de Blancanieves. Y quien vea ese corto hoy entendería el salto de calidad que Disney fue capaz de hacer en los dos años siguientes.
Todo esto para confirmar que los dibujos animados son un asunto serio. En el caso de Disney, el desafío era alejarse del mundo animal y acercarse a la realidad humana. Lo mismo le sucedió a Enrico Casarosa al dirigir Luca, la última película de dibujos animados de Pixar ahora distribuida por todo el mundo. En este largometraje se ha asumido el reto de dar forma animada a lugares y personas amadas desde niño.
Nacido en Génova, Casarosa salió de Italia para terminar sus estudios en Nueva York, donde se consagró como dibujante y terminó trabajando en varias películas de Pixar. En 2012 La Luna fue nominada a un Premio de la Academia al mejor cortometraje de dibujos animados. No ganó, pero once años después Casarosa logró pasar al siguiente nivel y llevar su sueño a la pantalla: un largometraje de animación ambientado en su querida Liguria.
La película tarda un poco en arrancar. Las primeras escenas, en las que seguimos la vida cotidiana de Luca en el fondo del mar en forma de un pequeño monstruo con la conformación de una salamandra, no son especialmente originales. Pero cuando Luca pisa tierra firme y toma forma humana, todo encaja. Estamos en la costa de Cinque Terre, al este de Génova, y el antiguo pueblo pesquero de Monterosso es el modelo en que se inspira la película. Pero no solo es el entorno lo que cobra vida propia. Lo mismo ocurre con los personajes. Luca se convierte en la historia de la transición a la madurez de un niño, delicadamente sopesada entre la diversión incontenible y los momentos de oscura tristeza que, como todos saben, son parte integral de la adolescencia. La película se convierte además en una celebración de la Italia de finales de la década de los Cincuenta, años en los que, gracias al llamado 'milagro económico', los italianos volvieron a mostrarse al mundo como una nación industrializada, cuyos productos, con un diseño refinado y un estilo de vida algo hedonistas, se convirtieron en una marca global. En la película, todo esto se condensa en el objeto del deseo de Luca: una Vespa. La decisión de Casarosa de utilizar una imagen semifotográfica del scooter transmite claramente su intención de mantenerse fiel a la realidad histórica de esos años.
Los constantes intentos de Luca por convertirse en un niño "normal", ganar la carrera del pueblo, comprar una Vespa e ir a la escuela, nos hacen vivir, entre altibajos, un viaje vertiginoso que pasa por cada esquina, callejón y la plaza central del pueblo, crucial en la película. Es difícil no pensar que, si el guión hubiera sido desarrollado por extranjeros, habría surgido una imagen de Italia y los italianos llena de estereotipos. En cambio, esos mismos estereotipos - la madre siempre ansiosa, la obsesión por "dar buena impresión" - se tratan con delicadeza, destacando la humanidad de los personajes individuales y al mismo tiempo ofreciendo una caricatura cariñosa de una Italia que ya ha desaparecido. Un par de homenajes a la literatura señalan las referencias de esta narrativa realista-fantástica: el Pinocchio de Collodi, o el gran narrador que en los años Cincuenta escribió la trilogía Nuestros antepasados: no es casualidad que la plaza del pueblo se llame "Calvino", y que el padre de la mejor amiga de Luca, Giulia, se llame Marcovaldo. No hace falta decir que toda la banda sonora musical es una lista de los grandes éxitos de la música pop de esos años.
Sin embargo, además del diseño industrial, los bienes culturales de exportación más prestigiosos de esos años no fueron los libros y las canciones, sino las películas, y el mundo del cine está presente con aún más homenajes y referencias, principalmente a las películas de Fellini. Marcello Mastroianni, el alter ego cinematográfico por excelencia de Fellini aparece dos veces en Luca: primero en un recorte de fotografía que Alberto lleva consigo, y luego dentro de una pantalla de televisión encendida en un rincón de una habitación (donde aparece Mastroianni en una escena de I soliti ignoti, de 1958). Aún más importante es la presencia oculta de un modelo específico, que es la primera obra maestra del cine de Fellini, I vitelloni (1953). También en la película de Fellini se narraba la historia de la maduración de un joven protagonista, ambientada en su ciudad natal en el mar Adriático, Rimini. La amistad de Luca con el otro niño-monstruo marino, Alberto, es la primera señal de esto. Los rasgos tragicómicos de Alberto (¡y su nombre!) no pueden dejar de recordarnos a Alberto de I vitelloni, admirablemente interpretado por Alberto Sordi.
Ambos "Albertos” acompañan al protagonista entre una desgracia y otra, hasta que Luca/Moraldo decide dejar su ciudad natal y enfrentarse al mundo. La salida de la estación de tren semidesierta, el tren alejándose lentamente perseguido por un niño, son un homenaje que nos da la medida de las ambiciosas expectativas que hay detrás de este largometraje animado. Además, Luca y Alberto no son simples "bueyes" de los años Cinquenta. En esto Casarosa ha traído un poco del siglo XXI a su historia: la transformación de los monstruos marinos en jóvenes es un relato de emancipación dolorosa, una lección sobre la necesidad de afirmar la propia diversidad luchando contra el conformismo más siniestro, y, más aún, no es un camino unidireccional: Luca acepta la fluidez de sí mismo y es felizmente un monstruo y un niño al mismo tiempo.
Una nota final: los homenajes no son todos italianos. El divertidísimo gato de la película parece haber salido de una película del Studio Ghibli, la mejor empresa de animación japonesa cuyos dibujos, hay que decirlo, tuvieron un éxito descomunal en Italia cuando Casarosa era un niño. El resultado general es una película muy entretenida, una de esas películas típicas de Pixar, como Toy Story (1995) o Cars (2006), que pueden disfrutar tanto niños como adultos. Y estos últimos podrán reír alegremente mientras disfrutan de los muchos chistes y astutas referencias, y al mismo tiempo fingirán no emocionarse en seguir el camino hacia la madurez de Luca y sus amigos.
Imagenes: Disney Plus
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